Recuerdo de tí al son de un viejo tema, como los bambucos olvidados de mi infancia.
Los acordes desafinados del tiple de mi vecino que se entonaban todas las tardes de juego.
Las ocarinas llamativas de tribus muertas en el olvido, que reposaban en la repisa de la sala.
La zampoña, la quena y la guitarra que tratábamos de tocar entre los juegos de niños músicos empíricos.
Aún la montaña tiene esos recuerdos plasmados en su tierra, las huellas de nuestros pies.
Restos de castillos, y las trampas que requerían mantener el imperio de la niñez eterna.
Raspones, lágrimas, cicatrices que después de muchos años conserva mi cuerpo de adulto.
La alegría de caminar bajo la lluvia, saltando de charca en charca aún la conservo y la recuerdo.
El sabor y el olor mágico a tierra, el olor a humedad que deja en el bosque la proximidad de un río.
La alegría de una tormenta en casa, sabor a chocolate y pan, los juegos que dejaba el encierro.
El asombro que me daba todos los domingos de verano, las esporas de polvo que se reflejaban en los rayos de luz que se escapaban por los rotos del tejado.
Los viajes a la casa de los abuelos… un patio enorme y todos los primos jugando en él, haciendo daños.
Recuerdos de la infancia de mi madre, nostalgia por parte de mis tías y la alegría de ver la familia reunida.
El tío bacano superhéroe… juegos y mas juego, sudor, manchas de barro en el cuerpo.
Todo es un simple recuerdo…
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