sábado, 24 de octubre de 2009

Melancólicas tonadas celestiales de trompeta
La lluvia en la calle… la veo caer lentamente
Danza lenta, es la imagen de mi recuerdo
Dos motas blancas en un fondo gris
Melancólico, profundo sonido de esa trompeta
Veo mi guitarra como me reclama
Da sus últimas tonadas de tristeza acompañando la trompeta
“Des Yeux Qui Font Baisser Les Miens
Un Rire Qui Se Perd Sur Sa Bouche”*
Y la imagen de una mañana lluviosa que no existe
Imágenes de un amor utópico en la acera
Dancen, tranquilos bajo la lluvia
Que serán la imagen de un melancólico recuerdo

*fragmento tomado de la letra de “la vie en rose” de Edith Piaf

martes, 13 de octubre de 2009

Aroma cálido de mi bien amada y desconocida América
Tu historia tan colectiva, tan individual, tan nuestra
Hace creer que tenemos una sola bandera
Podría hablar de tu innecesaria división, y nombrarte a pedazos
Desde la Patagonia hasta Alaska, un poco mas…
Rastros de juventud esconde tus calles
Una misma sangre se derramo, se proclamo una libertad
Y tu suelo fértil y bendecido por los dioses
Aun conservan ese aroma que no percibimos los nativos
Pero que cautiva al extranjero
Mi bien amada y mal herida América
Inocente como un niño recién nacido
Clara y pura como tus mañanas
Cálida y acogedora como lo son tus familias
Esa es mi bien amada América

martes, 6 de octubre de 2009

El baile de los ahorcados

En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un buen zapatillazo
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un órgano negro, los pechos horadados ,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza ,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto,
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta,
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

Arthur Rimbaud